SIN SANGRE

Sin sangre, de Alejandro Baricco, comienza cuando un anciano (Silverio Palacios) habla sobre una mujer (Lucero Trejo) que vaga por las calles de una ciudad. El viejo la describe: no es joven, porta un paraguas y camina con elegancia. Es alguien equis cuyo nombre e historia se revelarán cuando ella se presenta ante el anciano-narrador que atiende un Kiosco de billetes de lotería. Después de haber intercambiado algunos parlamentos, el hombre la reconoce; temblando de miedo, le dice: “Yo sé quién es usted. ¡Y sé a qué ha venido!” A partir de este momento, la historia nos la cuentan tres actores que, por momentos, la hacen de tramoyistas, a veces se vuelven parientes de la mujer; en otras, cómplices del anciano en un pasado donde el horror se encontraba a la vuelta de cada esquina y en los rincones de cada casa. La historia es sobre el ajuste de cuentas entre la víctima y su verdugo; sobre dos caras de la misma moneda. Ella, la víctima, desea reprocharle al viejo los años de dolor que sufrió en la infancia y que trae arrastrando desde la última vez que se vieron. Toda infancia es difícil; y aún más si la infancia transcurrió en tiempos de guerra. La secuela del miedo jamás termina; se queda fijo en los sitios más recónditos del cuerpo.
En el texto Sin Sangre hallé el eco de nuestra literatura de habla castellana. Cuando vi al personaje femenino que indagaba sobre su pasado, llegó a mi memoria el inicio de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo” La protagonista, como el narrador de Pedro Páramo, interpela a sus fantasmas a fin de reconstruirse; no importa que los muertos salgan de sus tumbas y la colmen de sustos. La mujer, se dice, está loca; desea hablar en un código que desapareció con sus muertos. El viejo, para evadirla, porque él se está cagando de miedo también, le grita al público,: “¡Ella es un fantasma!” El público no replica. Ella no ceja. Ella y nosotros queremos conocer a fondo al viejo para reconstruir La Verdad, cueste lo que cueste. Los cadáveres han botado sus lápidas y dan su testimonio.
Baricco ha dicho de este texto: “Los hechos y personajes que se mencionan en esta historia son imaginarios y no hacen referencia a alguna realidad particular. La elección frecuente de nombres españoles es un hecho puramente musical y no debe sugerir una ubicación temporal o geográfica de los acontecimientos.” “La elección puramente musical” se vuelve un montaje de José Caballero y Silvia Ortega Vettoretti que mucho se me antoja a eso: música. El par de directores sabían que tenían un texto complejo y tenían que narrarlo con precisión y buen ritmo para no aburrir al espectador. Han montado la historia a la manera en que se monta una melodía de jazz donde cada instrumento parece narrar una cosa distinta. Percibí tres melodías diferentes que se entrelazaban con violencia para construir una sola. Sonaba a Coltrane, ese Coltrane endiablado que no sabe otra cosa sino poner los pelos de punta y cuya última nota de metal corta de un tajo el hilo tenso que vibra en el pecho de quien lo escucha.

Sin sangre, de Alejandro Baricco. Puesta en escena, de José Caballero y Silvia Ortega Vettoritti. Actuaciones, de Silverio Palacios, Lucero Trejo, Pablo Astiazarán, Carlos Alberto Orozco y Miguel Alvarado. Escenografía, de Jorge Kuri Neumann. Teatro El Granero, Centro Cultural del Bosque, México, D.F.  

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